viernes 17 de agosto de 2007

Ignatius Reilly

Llevo unos cuantos días relacionándome con este curioso individuo. Había oído cosas sobre él, o para ser exacto, sobre quien lo creó. Y no me refiero a su madre, la santísima y alcohólica señora Irene que tiene que lidiar a diario con la marmota grasienta que es su niñito, sino a su suicida creador: John Kennedy Toole.


Nos presentó un amigo común; Miguel. También conocido, a veces, por Decadenzzia González. Y es que, en mi visita por Lugo tuve un precioso regalo -además de contar con la compañía de mis amigos y respirar el aire de esa maravillosa ciudad- y fue este libro: La conjura de los necios.


La amistad que hay entre Miguel y yo cuajó, entre otros muchos factores en torno a los libros, sus autores, sus obras, sus críticas... y por supuesto su intercambio. Pero es la primera vez que me hace un regalo semejante y a mí, que me importa más cualquier libro que cualquier joya, me llenó. Y no sólo por el libro del que se trataba, sino por quien me lo regalaba. Y prometo hacérselo firmar en sucesiva visita puesto que esta vez no lo hizo.

Este ejemplar pertenece a compactos anagrama y tiene un precio en las tiendas de 9€. Es una buena edición en general. Rústica, fácil de manejar, con un tamaño excelente... pero con un levísimo fallo: las máquinas de tinta a veces se olvidan de parte de alguna letra e incluso se comen alguna, por falta de tinta supongo. Y a la vez eso le da un cierto aire antiguo, un aire real. La imperfección que convierte a esta obra en algo casi perfecto. Pues habiéndome encantado y pareciéndome una novela excelente, no me ha chocado tanto como pensé que debería chocarme. Y sin embargo, no sé a santo de qué (sin tener en cuenta de quien proviene) se ha convertido en una obra que siempre tendrá sitio en mi biblioteca personal, entre Pérez-Reverte, Tolkien, Poe y otros tantos. Junto a Shakespeare, Tolstoi, Darío, Galdós...

A falta de 33 páginas para finalizar su lectura me veo lanzado a recomendarlo con la mayor sinceridad. Y es que, el pobre Ignatius me recuerda un poco a mí: obeso, con humor extraño, peculiar forma de observar el mundo, algo de sociópata y buen lector. A Miguel también le recuerda a mí... y su madre, pues no sé, creo que es fiel reflejo de todas las madres: nerviosa, preocupada, deprimida y a la vez cariñosa y paciente. Supongo que en realidad se trata de una extraña autobiografía en la que el autor se caricaturiza y pone a su madre en el sitio más cercano a sus ideas. Y dado que al ver imposible su publicación decidió dormirse en su coche, introduciendo una manguera desde el tubo de escape a su ventanilla, me puedo suponer la lucha posterior de su mamá, intentando por todos los medios que el manuscrito a lápiz de su niñito fuera publicado. Y al fin lo logró, imagino, haciendo cosas muy parecidas a las que hace la fantástica señora Reilly.

Y es que, como bien sabemos algunos existe en este mundo algo llamado la conjura de los necios. ¿Y qué es eso, además de un libro? Pues una situación que describió perfectamente Johnathan Swift en «Thoughts on various subjects, moral and diverting». Transcribo:



«Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él».

miércoles 15 de agosto de 2007

Camino hacia Dios

Lorenzo Quart es uno de los personajes de Arturo Pérez-Reverte que más me ha impactado en mis años como lector sobre la faz de la tierra. Un mercenario, con principios e ideales propios que se reserva y que antepone a las peticiones de sus mandamases. Un sacerdote del ejército del señor que pasa muy mucho de replantearse sus ideas; de poner en duda lo que dicta la Santa Madre Iglesia.

Estaba en Badajoz cuando leí ese libro: La piel del tambor. Algunos dirán que es oportunismo y otros que plagia de alguna forma al Código DaVinci y demostrarán su retraso mental, teniendo en cuenta que esta novela data del año 1995 y que estos temas siempre han estado ahí, por mucho que el misticismo del cambio de milenio los haya lanzado a la palestra.

Ahora Antena 3 prepara su lanzamiento como serie bajo el nombre de «Quart; Iter Ad Deum» y por lo que he podido ver en su pequeño avance, se trataría de una historia nueva basada en los mismos personajes pero situada en un futuro tras el desenlace de la novela de Reverte. Y no pinta nada mal. Incluso la productora ha tenido a bien abrir una página web en la que hay que resolver un par de pequeños enigmas para avanzar, leer, ver y disfrutar de los contenidos. Y luego, si hemos sido suficientemente aplicados para pasar los niveles, podremos ver ese pre-estreno de la serie que aún no ha sido emitido en televisión. Muy buena idea como publicidad y un grato aperitivo para quienes como yo, estamos deseosos de poder ver esa obra.

lunes 13 de agosto de 2007

El buen servicio

Quizá porque me he criado entre locales de hostelería y desde niño he aprendido a diferenciar el tipo de copas, qué cubierto corresponde al foie y cual al pescado; y en que orden deben ser colocados, me encanta el buen servicio. El servicio personalizado, basado en protocolo, con seriedad y al mismo tiempo adaptándose a lo actual. No me agrada especialmente ese camarero anclado en los años sesenta, pero sí ese que, manteniendo las costumbres de entonces, joven emprendedor, sabe tratar al cliente como se merece.

Por supuesto, para encontrar un servicio adecuado hay que pagar adecuadamente. Nadie regala nada, lamentablemente. Salvo en algunas excepciones, como algún que otro curruncho en Lugo. El caso es que como no ando sobrado de dinero como para pagar un servicio bueno, me conformo con un servicio decentillo, tirando a malo, siempre y cuando sean educados y adecuados. Así que, confiando en que eso funcionaba así, me metí a cenar, el día antes de volverme a casa en una pizzería lucense con cierta fama: el Pizzamovil.
Desde hace un tiempo te atienen personalmente, sin que tengas que levantarte a hacer pedidos ni recoger comida. Y ese jueves estaban un tanto ocupados, así que, amablemente, me levanté a pedir para ahorrarles el viaje. Me atendió María, una rubia de ojos azules, a priori simpática y bonita. Nos había atendido unos días antes y con muy buen resultado. Pero esa noche debían de estar espesos o vagos, porque no se portaron nada bien. Para empezar tuvimos que esperar casi media hora a que nos sirvieran la comida, lo cual, con apenas clientes en el local (otras dos personas) me hace perder mi poca paciencia.

Tras la espera y ya servidos, en mitad de la cena y debido al picante de mi pizza mi media naranja se levantó a pedir una coca-cola. Y la rubia de ojos azules le dijo: sí, ahora te la llevo. Pero no la trajo. Así que me levante yo, a ver si conseguía llevármela, porque me ardía la boca. Y directamente me ignoraron, dando traspies de un lado a otro de la mesa de trabajo, atendiendo, supongo, pedidos telefónicos... Tras unos minutos intentando captar su atención decidí darlo por imposible, volver a mi mesa y terminar mi cena, a pesar del resquemor de la salsa picante. Y mientras comía, cabreado, cagándome en el pésimo servicio que hoy en día se dispensa en las tascas le dije a mi pareja: ahora me piro sin pagar.

Y es que, pensándolo bien, si soy invisible para que me atiendan en condiciones, también debería serlo para soltar la guita. Y ella, mi pareja, toda vergonzosa me dijo que vale, que allá yo (perro ladrador poco mordedor), pero que en todo caso la dejara a ella salir primero del local, para no pasar tan mal trago. Y así lo hice.

Dejé que saliera ella primero y me quedé con mi cartera, que habitualmente lleva en su bolso, por si me reclamaban la pasta dársela de forma descortés y maleducada. Mi chica salió del local y yo, acercándome al mostrador, me quedé mirando a la rubia bonita, que me devolvió la mirada y la dije: adiós, buenas noches. Y con las mismas, manos en los bolsillos, jersey anudado en la cintura y cagándome en quienes hoy se dicen camareros, tomé dirección a la calle y me fui a mi casa borracho, decepcionado y cabreado. Pero sin pagar, orgulloso de mi acción en protesta por la subnormalidad y el desprecio que se puede notar en los tasqueros de mi época.

Desde que me convertí en carne de trena, allá en el año en que cumplí 18 no había vuelto a saltarme el sistema impuesto. Las leyes y lo políticamente correcto. Además, desde esa época tengo cosas que perder: como mi casa, mi trabajo, mi vida y mi amor. Así que no me la jugaba y el hecho de notar otra vez la adrenalina mojando mis venas, dejándome sentir ese temblor de saber que la estás armando, el hecho de irme sin mirar atrás riéndome, sintiéndome libre... me ha recordado algunos de los mejores momentos de mi vida, donde la ética era personal y nunca jugaba en favor del sistema ni del estado.

Y así, como si fuera el mismo Ignatus (los que hayan leído 'La conjura de los necios' sabrán de qué hablo) me volví a mi tierra, encantado por decirle al mal servicio que se vaya, literalmente a tomar por el culo.

domingo 12 de agosto de 2007

Lucus Augusti

Desde el día 27 de julio me encuentro disfrutando de unas magníficas vacaciones (merecidas y cortas). El día 29, que era Domingo, hice un par de viajes. El primero para llevar a mi abuela y a otra parte de la familia a Noja, donde habitualmente veranean. Y unas horas después, tras haber dormitado unas cuatro horas, el segundo viaje: con destino a Lugo.

Mi media mitad condujo durante casi 300 kilómetros, lo cual es de agradecer además del orgullo que representa para un profesor de autoescuela que sus enseñanzas den frutos. A medio camino tomé yo los mandos y todo fue bien, hasta que decidiendo probar una ruta alternativa, nos vimos envueltos en una absurda y estúpida congestión de tráfico. Observando los tirones que pegaba de golpe y porrazo la carretera se me pasó una idea por la mente que resultó ser todo un acierto: al final de aquel atasco monumental debía de haber algún tipo vestido de verde con un pito en la boca dando el coñazo. Y no me confundía, por supuesto. Sólo un guardia civil puede montar semejante pitoste. Es algo, digamos, tradicional de nuestra nación.

Por fin, casi a las once de la noche aparqué el coche en Manuel Marías, una de las calles lucenses de más reciente construcción. Me pegué una cena express y subí a casa para dejar a mi media naranja en la cama, encender el gas, abrir el agua y dar la luz. Dejé las maletas a todo correr y me fui a tomar un cubata con mi buen amigo Tony, alter ego, a veces, de Kassandra Nasty. Y así comenzaron mis siguientes diez días de vacaciones, copas y disfrute.

Comercialmente han sido bastante productivas: bota de vino, un buen par de bastones de senderismo artesanales, algún que otro libro y muchas comidas y cenas fuera de casa. Personalmente no han resultado para nada decepcionantes. Aunque podría haber estado mejor. Los dos primeros días los pasé en compañía de Tony, ese amigo y extraño ser que de vez en cuando es curioso, por su visión del mundo. Luego llegó a la ciudad, venido de Vigo, el que ha sido durante años mi carne (o mi uña, según el rol que interprete cada cual): Miguel. Risas, abrazos, besos y copas (a pesar de que el señorito se nos ha vuelto abstemio, que ya tiene pelotas la cosa). Viaje a Vigo incluído, que aprovechó el compañero para firmar su hipoteca y convertirse en propietario (jódete, puta, que ahora sólo saldré de fiesta yo).
También tuve la oportunidad de juntarme con Javi, magnífico elemento en donde los haya. Un chico curioso, reservado y coqueto, con un sentido del humor maravilloso y una risa fenomenal, capaz de contagiársela incluso a Fraga. Es alguien que siempre ha estado ahí, de una forma u otra y que no puede faltar dentro de la cuadrilla. Aunque en esta ocasión estaba batante más relajado con su cámara de fotos que otras veces. Es más; ni tan siquiera se la vi sacar.

Por allí andaba también Candy. ¿Qué decir de alguien que lleva tanto tiempo en el grupo como yo o como Miguel? En septiembre debería comenzar por fin con el tratamiento hormonal previo a la cirugía que pondrá en orden su identidad de género. Y la he visto bastante bien, aunque más delgada que un saco de huesos. Cosa comprensible si tenemos en cuenta su situación personal y su obsesión por la estética. Lo malo de juntarse con Candy no es él, sino sus compañías. Un megáfono con patas incoherente e infantiloide llamado Óscar y conocido como Sátira cuando se trasviste. Uno de esos ejemplares que de vez en cuando encuentra uno por el mundo, que creen ser superiores y mejores, olvidándose de que para llegar a lo que hoy en día son, muchos antes tuvieron que recibir hostias, castigos y humillaciones. Y es que, desagradecidos y prepotentes los hay en todos los sitios. Y Lugo últimamente es una cuna de ellos. En ese mismo grupo hay alguna que otra lesbiana... no es que sea mala persona, como sí parece serlo Óscar, pero es un tanto difícil de llevar. Hay que tener ganas de aguantar a esa gente y a mi se me acabó la paciencia hace mucho tiempo. De todos ellos, el único normal, uno que está loco por follarse a Candy...

Pasó la semana y mis planes turistas de ir a la Catedral, a la muralla y a varios museos se fueron disipando. Cansancio acumulado de salir a beber, pereza de madrugar en vacaciones... en fin, que no hice nada, salvo dar un pequeño paseo por el adarve en cierto día y siempre con miras comerciales y consumistas. Eso sí, la visita me sirvió para conocer sitios nuevos y degustar excelentes géneros gastronómicos: pese a la elevada suma en ciertos casos.

En los últimos días de estancia se unió (¡por fin!) a mis encuentros Juan. (¿Juan? ¿Qué Juan? Juan, Juan. ¿Juan, Juan?. Sí, Juan. Juan, Juan. Juan el borracho. Sí. Ah, vale. Juan. Eso, Juan. Sí, sí, ya sé, Juan, Juan. Eso mismo. Oka. Juan).
Juan es un tipo muy peculiar, al que he visto en esta ocasión bastante más relajado y feliz que en otras. Debe de ser, entre otras cosas, porque se encontraba muy agusto con la labor profesional que estaba desempeñando. Fuimos a cenar y la cena estuvo bastante animada, salvo por un pequeño roce entre Tony y un servidor, a nivel de diferencia de opiniones, pero siempre bajo el respeto mutuo y la convicción de que ninguna diferencia es capaz de minar nuestra particular amistad. De ahí a tomar unos cacharros, aunque nos salió el tiro por la culata y acabamos degutando unos deliciosos tés y lanzando fotos que no salieron porque la cámara decidió estropear el carrete en el peor momento.

Al final, la aventura lucense de esta temporada me salió semicircular. Y eso que esperaba que fuera redonda. Vi a casi todo el mundo que quise ver, excepto a algunos que no aparecieron, como Rudy, la media naranja de Miguel, que ya empieza a ser una leyenda urbana. O Juanabel, una preciosa rubia que me cae fenomenal y que se esconde más que los buenos cangrejos. Y justo el día antes de finiquitar nuestra visita, me encontré, en su lugar de trabajo con Iván, también conocido por «El baby», uno de los antiguos de la pandilla que siempre tendrá un lugar especial en mi memoria; por muy rojo que se ponga al saludarme.

La visita tuvo otras historias paralelas, como la no-actuación de Eurogloria. O la cena a la que me auto-invité por la cara en cierto local, largándome de allí sin soltar la tela en protesta por el pésimo servicio recibido. Pero son cositas que contaré poco a poco en sucesivas entregas, al más puro estilo fascículo y que anuncio aquí para ir abriendo el apetito.

viernes 27 de julio de 2007

Nos vemos en las barandillas, maestro

Se llama José Luis Negro, aunque algunos le apodamos MacGyver y ha decidido que es hora de tomarse la vida de una forma más relajante. Y no es que le haya costado poco, precisamente, porque ha luchado, ganado y perdido mucho durante el camino. Pero hoy, a esta hora, ya estará ocupando las listas del IMSERSO como nuevo jubilado (o pre-jubilado, que para el caso, patata).

La casi insuperable cifra de treinta y nueve años dando clase, día si y día también, aguantando reformas del código y sandeces de la dirección general de tráfico. Explicando, con su característica mirada los fallos más gordos y riendose cuando hay que reírse. Lo que se dice un buen profesor, mejor maestro, gran compañero y, de alguna forma, ejemplo a seguir por los que ahora ocupamos su puesto.

Tanto tiempo lleva en este mundo de las autoescuelas, que aquí en Bizkaia tan sólo la jefa de tráfico le supera en antigüedad (y por unos meses nada más). Así que cualquier examinador le ladra y le lleva la contraria. En la empresa se le va a echar de menos, sobre todo los compañeros que aún no tienen el permiso de trailer y deseaban sacarlo con él como maestro. Pero aunque él diga lo contrario, volverá de vez en cuando a ver como hacemos las cosas, cual ingeniero de barandilla. Y es precisamente eso una ventaja en esta profesión, donde los jóvenes ponemos las barandillas para las maniobras que estamos enseñando y para que se apoyen las viejas glorias.

Quizá todo parezca genial, pero también hay una parte gris detrás de su historia. Sacrificio y trabajo constante (diez horas diarias mínimo, si es posible). Una mujer que ya se marchó al lugar del que nunca nadie ha vuelto (por mucho que la Biblia diga lo contrario) y el resquemor del engaño y la burda mentira del que fue víctima en algunas ocasiones. Y es que, ahí donde le ven, el abuelo José Luis es demasiado bueno en ciertas ocasiones. Y educado; siempre. Un caballero de los de antes, de aquellos que decía mi abuelo se sabe cómo son por su sombrero: no cuando lo llevan puesto, sino cuando lo tienen en la mano. Y «el negro» es uno de esos que sabe cuando quitarse el bombín y ante el cual habría que descubrirse.

sábado 21 de julio de 2007

Dura Lex Sed Lex

Y es que... es lo que hay, en este estado democrático, parlamentario, igualitario y, por supuesto, monárquico. La ley es dura; pero es la ley. Y si no, que se lo pregunten a los editores de la revista que sale los miércoles desde hace una traca de años, 'El Jueves'. Que al más puro estilo terrorista y con orden judicial, ha sufrido un secuestro. (¿Serán los buzones los zulos de las revistas?).



El juez «Del Olmo» (que me temo se cayó de uno de pequeño y se quedó así) ha decidido que es urgente y necesario proteger a la familia real de las aberraciones de unos cuantos locos, jóvenes y degenerados que ven en ella una especie de inspiración para sus risotadas y panfletos malignos endemoniados. Así que, con la misma pancha que se levanta cada día y se toma el café, va el tipo y ordena a los de trajecito azul y pistola en cinto requisar las revistas de los kioskos. Democráticamente, claro.


Y mientras tanto, este país analfabeto, cutre y resignado, sin esperanza ni valor, acata y calla. Y sólo unos pocos ven en esta jugarreta la cara real, oculta tanto tiempo, de un estado que dice ser demócrata. Por tanto, uno se mira al espejo por las mañanas y piensa: joder, estoy aquí, libre, moreno, vivo, porque unos cuantos valientes se jugaron el pellejo (y algunos lo dejaron allí) para que hoy pueda decir y hacer lo que me salga del escroto. Y resulta que ahora, un don nadie, por mucho juez que sea, decide que no puedo decir lo que me salga de los cojones si lo que digo, por H o por B, irrita los pliegues tactiles de aquellos a los que mantenemos con nuestra miseria de sueldo, nuestro trabajo, nuestro sudor y nuestro esfuerzo.


Es maravilloso ver como un tio con corbata, llamado Juan y al que todo hijo de vecino le paga el sueldo tira por tierra la lucha de más de tres generaciones, las lágrimas, los gritos, la pólvora y la sangre de quienes dieron su vida por las generaciones venideras.


Supongo también, dentro de mi mosqueo y de mis firmes creencias, que la casa real estará ya con los cojones de corbata. Lo cual es lógico se tenemos en cuenta que cada vez que el principito valiente sale a la calle, se encuentra grupos cada vez más númerosos de jóvenes pegando gritos con aquello de: «Felipe, acelera: ¡que viene la tercera!». Y es que, como también le hemos cantado a nuestro mantenido real (realmente cuesta mantenerle): España, mañana, será republicana. Porque la juventud, pasa muy mucho de romperse las costillas para sus... ejem, "majestades".



Hace unos meses nos escandalizábamos con la que estaban montando los moros de turno con el dibujito aquel en donde se veía al supuesto profeta con una bomba por gorro. Y aquí está pasando ahora lo mismo: un siervo de la realeza va y se asusta porque la revista coloque a un tal Felipe poniendo a una tal Letizia mirando a Cuenca mientras mantienen una conversación de lo más... mmm, ¿erotica?. O mejor dicho, laboral. Juzgarlo vosotros mismos viendo la portada:



Dije hace muchísimos años, lo he mantenido y vuelvo a mantener (y mantendré, hasta que me arranquen el corazón) que ninguna monarquía es compatible con la democracia. Son términos radicalmente opuestos. Obligados y forzados, como ciudadanos supuestamente libres, a aceptar, mantener y aguantar. Por sus cojones. Porque a ellos les apetece. Y si no nos gusta, a callar y a jodernos. Y si hablamos: nos secuestran, denuncian, arrestan o apalean.


Y es que, después de todo, es la herencia real de la dictadura más reciente de la historia de nuestra nación. Los pisos por las nubes, los sueldos por los suelos, los políticos robando como siempre, los jueces interpretando las cosas dependiendo de cómo se levanten cada mañana y la casa real viviendo del cuento. Está más que claro: lo dejó todo atado y bien atado.

domingo 8 de julio de 2007

Recalifica, cariño

No voy a negar que me gusta el juego. Sigo siendo un atrapado y jugar me ayuda a descargar tensiones y a pasar un buen rato; pero rara vez consigo sacar tiempo (y ganas) para tan recomendada actividad. Hoy ha sido uno de esos días.

Tras una buena siesta he sacado el Monopoly (versión moderna, basada en el clásico de Madrid pero con euros y sin acciones) y me he puesto a jugar con mi media mitad. Lanzamos los dados para salir y comienza ella, pero yo ya tengo a todos mis concejales y promotores haciendo cálculos. Enseguida consigo sobornar al alcalde para que recalifique unos terrenos en el Paseo de la Castellana y me permita levantar un pedazo de hotel que hará que me embolse la nada desdeñable cifra de 1200€ cada vez que un jugador pase por esa casilla. (La comisión es mínima, 20€ y las tetas de cualquiera de mis chichas fáciles).

A base de ir comprando terrenos, casas y hoteles, me monto en el euro y me vuelvo más guarro si cabe. Se me nota la suciedad en la mirada, mis pintas de chulo-putas me delatan y mi colonia, de imitación, deja asquerosos olores por donde paso con aire de superioridad. Fajo de billetes en mano, sobornando incluso a las amas de llaves para que no hablen con los editores de su revista rosa preferida.

Me llegan los primeros problemas: mi media naranja se pone las pilas y cual Pantoja, comienza a recalificar. Pero se queda corta y le ahogan las deudas. Menos mal que yo, grandísimo caballero, me dedico a levantarle hipotecas para luego construir sobre sus terrenos y sacarle un dineral. Al final, entre tiradas de dados y compras, me hago con todas las calles del juego, todas las estaciones y las dos compañías (eléctrica y de aguas). Las únicas que no consigo tocar son las de color naranja, más bien pobretonas e hipotecadas, pero resulta que los del ayuntamiento son honrados. Bueno, tampoco es grave problema: tres calles en todo madrid con mandamases honrados. Demasiadas, para ser cierto.

Lanzo mi último ataque: cadenas hosteleras, constructoras ilegales y puticlubes que no declaro ni en el juego. Oigo las sirenas de los maderos que vienen a buscarme para hacer el paripé ante las cámaras y luego enviarme a una cárcel en la que voy a estar mejor tratado que en cualquier hotel. Así que, jugandomelo a una sóla mano, arruino a mi propia pareja y salgo por patas, pero me cazan y me detienen.

Y el policía, que tiene pinta de llamarse Anacleto y cumplir órdenes de cualquier juez ultraconservador va y me dice: colega, tienes más peligro que Julián Muñoz jugando al monopoly. Y yo, detenido, guardo el juego, le digo adiós y me siento en el portatil a escribrir una nueva entrada que demuestre el daño que ha hecho el Monopoly en nuestro país. A pesar de que siga siendo uno de los juegos más familiares y divertidos que existen.

Lástima que, con los nuevos tiempos, se esté perdiendo la costumbre de jugar. Haré un esfuerzo cada semana por pasar un rato agradable con los míos.